Hasta el estallido de las burbujas inmobiliarias y la consecuente crisis financiera derivada de las mismas, el mayor problema de las economías occidentales era el control de la inflación, de hecho todavía sigue siendo así. Los precios de los activos inmobiliarios, las materias primas y los alimentos se han incrementado de tal manera que han acabado transformando la economía mundial. Como mecanismo de control de la inflación, los bancos centrales se vieron obligados a transformar su política de créditos de bajo coste por otra en el que el coste de los préstamos era sensiblemente superior. Pero en las últimas semanas está ocurriendo un fenómeno sorprendente que ha generado nuevas esperanzas en la ciudadanía: Los precios de las materias primas bajan, y lo hacen a un ritmo muy superior a como crecieron en el periodo precedente. Muchos creen que lo que está ocurriendo es simplemente una vuelta a la normalidad, y que los precios de las materias primas simplemente están volviendo a los niveles de donde no debieron moverse. Lamentablemente esto no es así, lo que está ocurriendo es un efecto conocido en una situación de crisis intensa como la que atravesamos.
¿Existe riesgo de deflación?
La deflación es un fenómeno desconocido por la población, la gente piensa que los precios siempre suben pero eso no es siempre así. La deflación es un incremento negativo de los precios que se produce cuando se hunde la demanda y la capacidad de producción es mayor que lo que puede absorber el mercado. Esto es justamente lo que está ocurriendo ahora, las estructuras de producción creadas en los años de intenso crecimiento económico superan en muchas actividades empresariales lo que puede absorber ahora el mercado. Cuando comienzan a caer los precios de forma sostenida lo primero que siente una economía en tensión como la actual es alivio, pero esta sensación dura poco tiempo, pues aparece un fenómeno que nadie esperaba: Las caídas en los precios originan que los consumidores pospongan las compras en espera de conseguir pronto precios mejores, pero pasa el tiempo y el efecto se generaliza, provocándose una espiral muy peligrosa ya que cada vez se consume menos, y ello obliga a bajar aún más los precios. Pero estos intentos de estimular las compras bajando los precios acaban teniendo el efecto contrario al previsto. El resultado de todo esto es particularmente pernicioso para una economía endeudada, como descubrió Japón en los años 90. El valor real de la carga que supone la deuda crece conforme los precios caen – que es justamente lo contrario que el país necesita cuando la economía está lastrada por una excesiva deuda.
El paralelismo de los modelos económicos convencionales con lo que está ocurriendo ahora en los países ricos es asombroso, y lo curioso es que nadie parece darse cuenta de ello. Puede parecer muy bueno que baje el petróleo y la gasolina también lo haga, pero ya no es tan bueno si nos vemos obligados a vender nuestros productos cada vez más baratos y a pagar a nuestros trabajadores cada vez menos. Se tarda algún tiempo en descubrir, pero pronto la gente se da cuenta de que cada vez le cuesta pagar más la deuda.
Las economías del mundo rico están ya sufriendo lo que podemos denominar como un caso suave de "deflación-deuda". La combinación de la caída del precio de la vivienda justo en el momento en que se contrae la disponibilidad de crédito está obligando a los deudores a recortar gastos y a vender activos, lo cual empuja hacia abajo los precios de las casas y otros activos. Este fenómeno es conocido desde 1933, cuando fue descrito por el famoso economista Irving Fisher, quien tuvo en la gran depresión el laboratorio perfecto para contrastar sus teorías. Tal espiral viciada puede arrastrar toda la economía y desplomarla. Si el índice de precios al consumo se hace negativo, la situación empeora aún más, ya que los bancos centrales no pueden recortar los tipos nominales por debajo de cero. La deflación eleva los tipos de interés reales y ello hace aumentar el valor de la deuda.
La única situación parecida a la que estamos viviendo actualmente es la gran depresión, que si bien se trató de un fenómeno diferente, los paralelismos con la situación actual son también importantes. Las deudas del sector privado son ahora mucho mayores de lo que lo fueron en los años 30, así que una depresión moderna podría ser incluso más nociva.
De todas formas, hay cuatro motivos por los cuales el riesgo de deflación es aún lejano:
- Aunque los precios de los alimentos y de los combustibles son volátiles, la mayoría de los otros precios no caen tan fácilmente. En Japón la deflación no llegó hasta cuatro años después del estallido de su burbuja financiera.
- Los bancos centrales – al menos fuera de Estados Unidos – tienen aún cierto margen para bajar tipos de interés.
- Estados Unidos, por fin ha entendido que es necesario el dinero público para contrarrestar la espiral deuda – deflación.
- Varios años de incrementos en los precios del petróleo han hecho que las empresas pierdan productividad, y por tanto aún en momentos de debilidad económica tienen menos margen para bajar precios.
Como conclusión, la amenaza de deflación está ahí, y sus efectos sobre la economía podrían ser desastrosos. No obstante, los gobiernos de los países desarrollados tienen aún un buen número de herramientas con las que intentar pararla.
Bibliografía: When fortune frowned. A special report on the world economy. The Economist October 11th 2008
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